jueves, 4 de diciembre de 2008

Chihuahua



Lo que escribo a continuación constituye un hecho verídico que le ocurrió a una familia de clase media. 
Era una familia feliz: el padre, la madre, el hijo de siete años y la hija de nueve. Iban en el coche de vacaciones a Ciudad de México. De pronto, mientras pasaban por una calle, vieron a un pobre chihuahua, un perro original de México. Los hijos insisten en bajarse para atender al pequeño cachorro a lo cual los padres acaban accediendo de mala gana. El animal, temeroso en un principio, termina por acercarse a los niños, que le ofrecen trozos de bocadillo. Pronto se establece una sintonía entre ellos que también contagia a los padres. El perrito se dejaba acariciar fácilmente y comía de la mano. No les costó mucho a los niños convencer a sus padres de que debían llevarse aquel pobre animal. Su pequeño tamaño influyó, pues no tuvieron dificultad para esconderlo en el hotel mientras aún se encontraban de vacaciones; además, el animal parecía adaptarse rápidamente y no dio ningún problema.

Una vez en casa el chihuahua recibió un trato como nunca antes lo había recibido. Le llamaron Pufi y le hicieron una bonita caseta en el jardín, le compraron un collar con su nombre y una pelota minúscula para que jugara. Él era feliz, y la familia que lo había adoptado lo era más que nunca.El único que no parecía estar del todo contento era Mimo, el gato de la familia, que además de sentirse desplazado al haber un nuevo miembro, su desconfianza hacia él era bastante grande.

Un día la familia se fue a comer fuera, para celebrar el cumpleaños de la hija mayor. Cuando volvieron, se llevaron un sorpresa poco agradable. El gato Mimo yacía en el suelo, y su cabeza se encontraba unos centímetros más allá. Todo apuntaba a Pufi, el chihuahua, que acababa de someter a su compañero de piso a una amputación con imposibilidad de cura. Pero la verdad es que aquello no parecía ser obra de un chihuahua.



Cuando la familia se fijó un poco mejor en Pufi, observaron que a éste le habían crecido demasiado las garras en los últimos días, el hocico se le había agrandado y su aspecto se asimilaba más al de a una rata que a otro animal. Finalmente resultó que lo que habían recogido de las calles de Ciudad de México no era un adorable chihuahua, sino una rata. Una rata gigante que había entrado en sus vidas y que había acabado con la vida de su gato. 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

ebum

Mariana dijo...

hola... me agrado bastante tu blog... ay que barbaro con este ultimo post!!

Saludos desde Mexico... exactamente desde Chihuahua jeje

Kenneth dijo...

muchas gracias Mariana!!
la verdad es que esta es una historia de esas que van cambiando dependiendo de quién las diga; circulan por internet versiones que difieren entre ellas; pero lo que es la historia en sí, es escalofriante.